domenica 2 giugno 2019

Londres para siempre


Capitulo Decimo
El tiempo siguiò  impredecible y caprichoso. En algún momento, a caballo de Medio Aosto, pareciò que el verano no  había decidido todavìa darnos su adiós para el próximo año, cuando un impenetrable manto de oscuras nubes escondió el sol a nuestra visión, y el cielo dejò caèr violentos aguaceros entremezclandolos con unas lluvias finas y insistentes.
Las mañanas soleadas, con gritos de los niños juguetones en los  parques ahonde no era tan raro ver los londineses quitarse la ropa para calentarse al sol,  parecían ahora una memoria distante.
Fue como el final de un sueño. Mi alma siguió la evolución del tiempo, convertiendose repentinamente caprichosa e irritable, mientras que mi cuerpo estaba envuelto en un manto de vacío irreal, al punto que una vez,  despertandome  despues  de una inusual siesta, observando el cielo desde la ventana de mi dormitorio, me pareciò que llegava un otro dìa e ya me iba a preparar como si fuera por la mañana .
Duró varios días y, cuando no estaba lloviendo, el cielo amenazaba, con su sombrío y con un gruñido desfavorable nada bueno.
Y los que regresaban de las vacaciones lamentaban el sol y el mar de Malta o de las Islas Canarias o Baleares y los que todavía tenían que ir con días que los separaban desde el principio de las vacaciones, con la esperanza de que al menos más allá del canal el sol no hubiera convertido tan tacaño y arcano.
Pero nosotros, lo que fuimos allà antes y que permanecimos aquì después, nos  regocijemos sobre todo cuando de repente, una mañana, sin que los periódicos y la televisión lo hubíesen  anunciado, incluso contra sus propios pronósticos, el sol saliò de las nubes oscuras del cielo,  trajendo  la esperanza y la alegría en nuestros corazones.
Todos reasumieron como antes. –“Te lo dije! "– exclamaba Terry fuera de la camioneta, mientras que reasumieva con la dura ronda de suministros. Ketty, el Gerente de la tienda de suvenires, que se alternaba con Abraham en la dirección, volviò a ser jovial y despreocupada.
Tal vez porque anteriormente eran camuflados en la atmósfera oscura, pero con el regreso del sol, empecé a notar en la Plaza, cada vez más numeroso, un grupo de  teddy-boys.
Los teddy-boys eran fácilmente reconocibles por sus atuendos distintivos: zapatos negros con suela de goma y el talón de la misma altura y con cordones rojos; negros tambien los pantalones, tobillos estrechos, chaquetas pantalones casi de la misma tela en los muslos, con rojo corte clásico, botones y solapas, en seda negra, camisa del mismo color, al que estaba parado hacia fuera, sujetado del cuello por una tapa del botón del perno prisionero en metal blanco, un lazo de cinta roja fina.
Llevavan su pelo siempre perfectamente pulido y  engrasado, peinado a cepillo, no demasiado largo en su cuello, mientras que sus patillas se alargaban  gradualmente, hasta la mandíbula. En resumen, muchas  copias anónimas del famoso Elvis Presley. Tomados uno por uno, también podrían ser buenos, sino como un grupo a veces se volvìan violentos y a menudo armados con cadenas, bastones y cuchillos, cuando su estado de ánimo los tomava hasta  hacer tonterias.
Me habían dicho que a menudo introducian  en sus regazos de los incautos en busca de amistad y compañerismo y, después de los haber hechos beber y divertirse, los masacraban a la muerte, por puro placer.
No sé si en  Leicester Square se produjeron en una ruta regular o si llegaron allí a la aventura, el hecho es que mientras que antes veía a alguien muy raro, ahora, algunos días, invadieron la plaza en grupos de cinco, seis y a veces incluso más miembros, entre los que siempre había alguien que tenía una grabadora o una radio que propagaban a la misma música que veinte años antes había marcado la división entre la vieja y la nueva frontera del movimiento rock, sino que ahora, especialmente después de la muerte del gran cantante de Menphis, sonaba aburridora, rancia y anticuada.
Un odio profundo y oscuro opusiera a estos chicos contra a los  Punks fantasiosos y excéntricos y provocativos sado-masoquista, rivalidad que diò lugar de vez en cuando en furiosas peleas, resueltas solamente después del recibo de la policía que tomaba a los más canallas de ambas facciones,  convencendolos  apropiadamente con algunos golpes bien asignados a  desistir de esas reuniones violentas.
Las mujeres de su gira se  distingueban solamente porque estaban junto a los "cuervos rojos" (como alguien los llamaba a esos pintorescos y divertidos personajes, atemporal y sin mucha personalidad), porque de lo contrario, en aparte de algunas excepciones, no tenían ninguna ropa que las  distinguese.
Usaban normalmente de ubicuos jeans, zapatos de tacón negros, chaqueta de cuero y camisa blanca.
De hecho no sé si fuera correcto de llamarlas  “teddy girls”, aunque esto podría ser un nombre muy apropiado para aquellas que compartían gustos musicales y sentimientos con los teddy-boys.
Cuando una de ellas  vino a comprarme un helado de  crema, me llamó la atención por su elegancia con encanto, y no me quise perder  la oportunidad de conocerla. Desde las primeras palabras que pronunciò,  notando las olas de luz en sus ojos, mi espíritu fue atropellado por un etéreo actual de vibraciones pulsantes y  me pareció que nuestros corazones vibraran al unísono.
Era como si un invisible  cortina hubiese envuelto en una parábola suave de sonidos nuestros dialogos, y penetrando en nosotros sin ningún intermediario, nos había envestidos, como si por arte de magia, en una corriente que marchaba compulsiva entre  dos polos. Otras veces me habìa occurrido de notar esta mecánica con  los clientes ocasionales:  era como un  flujo mágico de energía vital.
Fue cuando le pregunté, intempestivamente, a salir conmigo alguna vez, que se rompió el encanto y la muchacha parecíò volverse,  de un golpe,  a su realidad ordinaria.
Ella respondíò a mi invito  con un parpadeo de miedo en sus ojos, diciendo que su novio era uno de los líderes de los teddy-boys y celoso y violento como era, podríamos arrepentirnos de cualquiera acciòn contra a él.
En mi exuberancia joven e imprudente, fui, tan listo y sincero en mi  respuesta y le dije que  ni su novio ni su banda de  'cuervos', en aquel momento podian preocuparme, tan fuerte era  lo que sentía para ella.
Tuvo que darse cuenta de eso, Liz, en cuyos ojos re-encendiò por un momento la energia intensa y suave que me había pillado antes. ¿A pesar de eso pronunciò en tono pero genérico “? puede ser, quién sabe? “', y saludando con la mano diò vuelta y se alejò rápidamente. Y sentí dentro de mí una fracción infinitamente pequeña de mi tiempo morir e yo sabía en ese momento que nunca habrìa jamas vuelto a verla otra vez.
10. continùa...

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